INCERTIDUMBRE ANTE LAS PEDAGOGÍAS
EMERGENTES
La calificada como “revolución tecnológica”, según diferentes indicadores, remueve los cimientos de la sociedad contemporánea. Hasta se ha convertido en el comodín al que recurrir para explicar casi cualquier situación. Sin embargo, transcurre en medio de no pocas evidencias sobre “el carácter contradictorio del proceso de globalización y la diversidad de las trayectorias tecnológicas y de sus efectos” (Castells, 2007: 176). A pesar de lo cual prevalece un discurso en torno a las tecnologías dominado por los dogmatismos, las promesas, las explicaciones causales y anticipación del futuro que luego no coincide del todo con las experiencias de la vida diaria. La lógica que vertebra este discurso descalifica cualquier observación crítica o cuestionamiento que pueda hacerse del modelo social y político en el que se sustenta la citada revolución. Quienes practican la “divergencia” discursiva tienen todas las probabilidades de ser desautorizados y etiquetados de ludditas, indocumentados o trogloditas, y hace esta afirmación nada menos que Stoll (2001: 95)
¿Hasta qué punto los
avances tecnológicos remueven también los pilares estructurales de la
enseñanza? Es difícil valorar si las TIC provocan o no una revolución en los
contextos y en las prácticas de enseñanza, pero sí es obvio que su presencia suscita
dudas y zozobra entre los profesionales e interesados por la educación.
Coyuntura en la que aparece lo que calificamos como “pedagogías high tech”
-podrían llamarse de otras muchas maneras- que son parte del nuevo modelo de
acción humana y se fundan en los principios que rigen la convergencia. Nada más
lejos de nuestra intención que asumir cualquier forma de determinismo
tecnológico, sí admitimos en cambio la interdependencia sistémica, porque es la lógica constitutiva de la
convergencia tecnológica.
Dado
lo irreversible del proceso es necesario replantearse el papel de la educación
en el contexto de la convergencia y cómo ésta redefine la educación. La
tecnología nos facilita algo más que medios, por ello debemos reflexionar también
sobre lo que hacen esos medios con nosotros, sobre cómo la tecnología nos permite
ser ciudadanos y ciudadanas y qué dice de nosotros. Tal es el propósito de este
monográfico, contribuir al análisis y a la reflexión sobre la relación compleja
y contradictoria de las TIC y la educación en la sociedad contemporánea. Lo
cual supone enfrentarse a cuestiones como las siguientes: ¿Cómo afronta la
institución estos cambios en la reorganización de los procesos de enseñanza? ¿Las
pedagogías emergentes salvaguardan las prácticas y los saberes propios de la
vida en colectividad? ¿Por qué despiertan tanta incertidumbre las pedagogías
auspiciadas por los cambios tecnológicos más recientes? ¿Acaso las pedagogías high
tech no serán otra suerte de creación de la ingeniería especulativa que
rodea a las TIC y que tantos quebraderos de cabeza provocan en la actualidad?
El
término “convergencia” encierra múltiples significados como consecuencia de la Pluralidad
de campos en los que se utiliza, campos científicos como la matemática, la óptica,
la biología o la ecología. A partir de los años 90 el término se maneja con
profusión también en el ámbito de la tecnología, sobre todo de las tecnologías
de la información y de la comunicación. No obstante, a finales de los 70, el
MIT ya pronosticaba la emergencia de un hipersector económico en torno a la convergencia
de los sectores de la información y de la comunicación (Info+Com). El objetivo
estratégico parecía estar claro: desarrollar una tecnología que permitiera
“acercar hasta los ciudadanos los servicios más avanzados de telecomunicaciones
de la forma más simple y económica”; esto es, “a través de un solo canal
físico, con un solo interlocutor tecnológico, comercial, de atención al
cliente, con una sola factura, etc.” (Sánchez Carballido, 2008: 156).
La convergencia es a la
vez causa y efecto de los cambios radicales generados, también durante estas
dos últimas décadas, en la organización de la producción y distribución del conocimiento
científico. De los viejos y aislados laboratorios pasamos a lo que
Castellsdenomina “nichos de innovación”, más conocidos como parques
tecnológicos. Quintanilla (1989), por su parte, habla del sistema de “ciencia, tecnología
e industria”, lo que en los ámbitos políticos y divulgativos se incluye bajo la
denominación de programas de I+D+i. Según Echeverría (2003: 59) hemos pasado de
la fase de la megaciencia a la tecnocientífica, en la medida que “las
acciones científicas devienen acciones tecnológicas”, al estar aquéllas
mediadas siempre por alguna suerte de tecnología.
Como coordinador asumo
la responsabilidad que me corresponde en la selección y confección de esta
edición. Pero también forma parte de ella mostrar mi gratitud a las numerosas personas
que con su generosa colaboración han hecho factible que este número se asome a
la red de redes para ser sometido a escrutinio público. Quiero agradecer al equipo
de dirección de la revista el encargo y la confianza en la propuesta inicial, a
los autores y autoras el haber enviado sus textos originales –muchos más de los
finalmente publicados-, a las evaluadoras y evaluadores por el esfuerzo
desinteresado y anónimo al revisar los textos y, cómo no, a Carla y Pilar por
su paciencia para darle a cada texto el formato requerido. En fin, tanto esfuerzo
bien habrá valido la pena si los textos aquí presentados suscitan entre los
lectores alguna idea nueva, despiertan interrogantes o contribuyen a variar en
alguna medida las prácticas. Con todo o parte de ello daríamos por bien
empleado el esfuerzo de coordinación que ahora exponemos a su juicio.
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